viernes, febrero 26, 2010

No me apetecía trasladarme a la pequeña habitación de la doncella junto a la cocina, pero no iba a perderme a Lord Douglas..., la propia encarncación de la década de 1890, uno hombre del que yo no conocía más que la leyenda de su belleza juvenil, indiscreción, perfidia y en general su irritabilidad. Había leido sus poemas, que quedaban por debajo de cualquier consideración crítica seria, pero nunca me había interesado el terrible escándalo de su relación con Oscar Wilde, que parecieron envueltas en un desdichado halo de exhibicionismo y falsedad.

No estaba preparado para su irrefrenable encanto. Era mucho más bajo de lo que había creído, y la delicada curvatura de la nariz de los primeros retratos se había convertido en un pico monstruoso; pero despedía una irresistible calidez que le defendía de la insignificancia, un resplandar interno que simplemente se debía a su afición por la gente en general. Nunca existió un hombre más sociable, un hombre con mejores modales ni más exquisita gracia de movimientos, expresión hablada y comportamiento. Parecía que su único deseo era agradar; y su habilidad resultaba tan innata, y llevada por la práctica hasta tal grado de desenvuelta perfección, que le había proporcionado una segunda naturaleza distinta de la suya propia, un carácter al que se entregaba con deleite. Disfrutaba tanto interpretando el papel de Lord Alfred Douglas que uno quedaba arrebatado. Tras media hora en su compañía uno aún seguía impresionado por la habilidad y fuerza de la representación; y hasta entonces, cuando estaba cansado, había otra máscara debajo que todavía era más encantadora e impenetrable.

Fue sorprendente econtrar que se consideraba, con una seguridad insípida y sin quebranto, el más grande poeta vivo inglés. Era un secreto exclusivamente suyo como había llegado a esa conclusión. Probablemente le había forzado une imperiosa llamda interior, una negativa absoluta a aceptar el hecho de que él, lo mismo que Enoche Soames, era un eco de un eco. (...)Pero ¿qué otra cosa podía hacer él? Como todos los demás inútiles, siempre fue un agente pasivo. Quería tenerlo todo y no dar nada; no tanto por egoísmo como porque necesitaba demasaido y no podía ofrecer más que belleza y el título que siempre había utilizado con mucha habilidad. No era poco de fiar, simplemente débil; no estúpido, simplemente huero. Yo nunca había conocido a un hombre tan carente de dginidad humana.

Memorias de Montparnasse. JOHN GLASSCO

lunes, febrero 22, 2010

DANCING with JOHN TRAVOLTA
Saturday Night Fever (1977)
John Badham
Pulp Fiction (1994)
Quentin Tarantino

martes, febrero 16, 2010

LA VIDA CONYUGAL
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Marriage à la Mode (1745)
Richard Hogarth
Just What Is It that Makes Today's Homes So Different, So Appealing? (1956)
Richard Hamilton

lunes, febrero 08, 2010

CONVERTIRSE EN ÁRBOL
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Apolo y Dafne (1470-1480)
Antonio del Pollaiuolo
The Day I Felt I Had Enough (2007)
James Michael Starr